Es lo que te responderán muchas personas que están metidas en terapias mágicas que incluyen algún tipo de deriva espiritual, como la bioneuroemoción o biodescodificación, las constelaciones familiares, los chakras, el reiki... El espíritu es como un cajón desastre en el que se pueden mezclar ideas deslavazadas según nos convengan para un momento particular de nuestra vida. Es curioso que personas que dan tanta importancia al espíritu lo traten con tan poco criterio que lo conviertan en un batiburrillo desestructurado de ideas, la mayoría de las cuales no hay por dónde cogerlas porque, tal vez, las bases de las mismas entran dentro de lo que "desechan" porque no les cuadra.
El caso es que cualquier asunto en el que puedas tomar unas cosas y dejar otras ya deja patente su poca verosimilitud, y muchas veces una gran hipocresía.
En ciencia, por ejemplo, no se desechan las cosas arbitrariamente. Si alguien dice estar hablando de ciencia y vosotros consideráis que esa parte no os interesa y la podéis desechar, entonces no os está hablando de ciencia, está hablando de otra cosa. Porque tú no puedes desechar las sumas en Matemáticas, ni la circulación sanguínea en Medicina, ni las puertas lógicas en Tecnología. No puedes desechar la física newtoniana en Física, ni la evolución en Biología. Si lo haces, te estás cargando una parte fundamental sin la cual la materia no estará completa, y cualquier cosa que aprendas adolecerá de una base consistente.
Pongamos por ejemplo la bioneuroemoción, que es la que mejor conozco. Buena parte de su deriva espiritual parte de un concepto erróneo de física cuántica, según el cual si un observador mira unos electrones, estos colapsan, y si no, no. Se deduce, según ellos, que uno crea su propia realidad. El asunto es que dicho concepto es falso, y cuando se lo explicas a alguien y le haces comprender que la física no dice ni ha demostrado nada de lo que ellos piensan, entonces es cuando te sueltan el inefable: "Yo cojo lo que quiero y lo que no me interesa lo dejo". Y deciden, en consecuencia, aceptar la conclusión (que ellos crean su realidad) y rechazar el razonamiento que llevó a esa conclusión, porque es muy incómodo encontrarse con gente de ciencias que sabe más que tú y que te lleva la contraria.
Estamos, pues, frente a personas que creen en algo porque suena bien, porque da una perspectiva distinta de la vida y les induce a cambiar para mejorarla. Pero su base, al ser falsa, es tan precaria que, sin tener ningún fundamento al que aferrarse, estas personas pueden caer tan rápido como subieron.
No existe ninguna duda de que influimos en lo que nos rodea, especialmente en las personas. Si somos desagradables, nos quedaremos solos; si somos comprensivos y sabemos escuchar, ganaremos afectos; si somos alegres o tristes atraeremos a diferentes tipos de personas. La base de esto no es la física cuántica, es la interacción humana, la Psicología. Del mismo modo, si encendemos y apagamos innumerables veces una bombilla es más fácil que se funda; si prendemos fuego a un contenedor, lógicamente arderá; si nos emborrachamos y conducimos, podremos romper un muro, dañar un árbol o matarnos. Así que sí, nuestro comportamiento también influye en nuestro entorno, y esto no tiene que decírnoslo ningún gurú iluminado.
El problema es cuando te dicen que hay obras en tu calle porque tú has creado tu realidad, que alguien ha entrado en tu casa a robar porque tú lo has pedido, que se te ha fundido la tele porque tu inconsciente lo ha provocado para decirte algo. Y aducen que la base es la física cuántica. Pero dado que la base no es esa ni mucho menos, la afirmación no es más que una explicación gratuita, sin sentido, que hace que mucha gente se pregunte qué está haciendo mal para que su inconsciente se comporte de manera tan molesta. Y sufren inútilmente por ello.
Por eso, cuando desechéis algo porque no os gusta, pensad en todo lo que se concluía a partir de ello y desechadlo también. Construid una inteligencia emocional fuerte, consistente, basada en hechos claros y contundentes. Sólo así podréis hacer frente a la vida sin ansiedades absurdas, preocupaciones inventadas y, sobre todo, culpabilidades dañinas.
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