De las muchas emociones que me han embargado desde que escuché por primera vez la palabra ciencinazi, entre ellas impotencia, incredulidad, asombro, tristeza, enfado, desesperanza, indefensión, etc, la que predomina es la perplejidad. Y es que quizá, y sólo quizá, yo entro en la definición de esa palabra recién acuñada que seguramente no sabe ni a quién engloba. Supongo que a todo aquel que te pide pruebas de algo que afirmas. No lo sé.
Mi perplejidad es producto de comparar a los nazis con mi trayectoria de los últimos dos años, y no acabar de dar con la relación. Os cuento.
Un día cualquiera, una amiga me dijo que un perro tenía otitis porque su dueño no sabía escuchar. También, que una perra se había curado de su supuesta paraplejia porque su dueña se había desahogado hablando de sus problemas de pareja. Mi primera reacción fue de incredulidad, pero me callé porque tal vez estaba equivocada yo. Eso nunca lo piensan ellos, los crédulos. Somos los incrédulos o escépticos los que pensamos y dudamos. Sin saberlo, yo ya era escéptica, así que dudé. Y entonces me dije: pues voy a buscar información, porque esto suena muy raro y no quiero que engañen a mi amiga. Bueno, todo esto fue mucho más complicado, pero consideradlo un resumen en aras de la claridad.
Así fue como yo, profana absoluta en ciencias pese a haber cursado una ingeniería, me puse a leer, a escuchar, a investigar. Aprendí que hay una cosa que se llama rigor. Aprendí que hay una famosa frase de Sagan que dice "afirmaciones extraordinarias requieren pruebas extraordinarias", o algo así. Fijaos que ni me la sé, como buena profana que soy. Aprendí que la ciencia busca esas pruebas, que busca la puesta en común, el consenso y la suspensión del juicio hasta que haya suficiente evidencia como para, quizá, desarrollar una teoría a partir de cierta hipótesis previa.
También me topé con otro tipo de científicos. Hablo de científicos, no de ciencia, porque la ciencia es producto del método científico, y el método científico no es lo que hacen estos científicos. Son científicos que afirman algo y están tan seguros de que lo que dicen es verdad, que practican el cherry picking día sí y día también, o tal vez enuncian algo, ven una correlación (que no causalidad) cualquiera y ya aseguran que lo que dicen es cierto, publican artículos y libros y se frotan las manos esperando beneficios.
Y los reciben. Vaya si los reciben.
En el caso que me atañe, es decir, el del perro con otitis cuyo dueño no escuchaba, mi investigación me llevó a Hamer. Por cierto, un nazi (de los de verdad, antisemita y todo eso). Hamer estaba en el origen de aquella afirmación, y busqué, como es lógico, pruebas de sus aseveraciones. Cuál no sería mi sorpresa al ver que no había ninguna. Encontré a mucha gente diciendo que había muchas pruebas, pero no hallé ni una prueba de las que presumían, a saber: un montón de seguimientos a pacientes (¿dónde, quiénes?), un comunicado de Siemens afirmando que ciertos artefactos del TAC no lo eran (falso, el comunicado no dice eso), un montón de gente curada (¿dónde, quiénes?). Olía a chamusquina, sobre todo cuando leí que ese médico afirmaba que un tumor que crece es que está en fase de cura, o que el tumor cerebral no existe, que es una cicatriz de otro cáncer que se está curando en tu cuerpo. Y más aún cuando vi la gran cantidad de personas que murieron a manos de este hombre. También leí que Hamer era considerado un charlatán por la comunidad científica y que había sido inhabilitado como médico. Tras todo lo que fui descubriendo, deduje que la "comunidad científica", sin saber muy bien qué era eso, tenia buen criterio (corroborado después en casos similares), y que si un médico es inhabilitado es probable que haya una poderosa razón detrás, y no sólo una conspiración de las farmacéuticas (también corroborado después con otros casos).
Encontré que hay una gran cantidad de ciencicidas: personas que peroran sobre unos supuestos descubrimientos científicos que no existen, que se llenan la boca de términos científicos (como física cuántica) sin conocer su significado real y sus implicaciones y que se los inventan, que pregonan sus ideas extraordinarias sin el menor respaldo experimental en el que basarlas. También me topé con una gran cantidad de personas que se creían esas cosas. Yo me preguntaba cómo era posible, cuando la mayoría de las afirmaciones escapaban al sentido común y a lo ya conocido. No pasa nada si se afirma algo extraño y existen pruebas que lo avalan, pero creérselo sin pruebas es propio de los niños que creen en Papá Noel. Defender algo con uñas y dientes, sin pruebas, es como defender la existencia de las hadas y los unicornios sin haberlos visto nunca o que el cuerno de un rinoceronte cura enfermedades. Aprendí lo que era el amimefuncionismo, aprendí lo que eran los sesgos cognitivos, aprendí lo que era la credulidad, la desesperación de las personas enfermas, la necesidad de creer. Aprendí que para muchas personas razón se opone a emoción, y demonizan la primera, que es la que nos hace personas.
Y ya está. Aprendí todo eso, y me convertí en una ciencinazi. Sólo por tener en cuenta esas cosas, sólo por aprender a distinguirlas y a valorarlas. Sólo por intentar que mi entorno las aprendiera conmigo, porque el conocimiento es para compartirlo, no para quedárselo uno.
No me importaría si la palabra no fuera tan claramente peyorativa. Pero me importa. Me importa que se llame nazi a alguien que no quiere que los demás sean engañados por estafadores, que quiere que la gente piense por sí misma, que no cree en elegidos ni en iluminados, que cree que el avance es cosa de todos, y no de cuatro listillos que venden su edulcorada versión en packs de cursos de 3000 euros.
Si es esa la opinión que tienes de un nazi, háztelo mirar.
Pues si, así es, cuando la irracionalidad se "apodera" de nuestros seres queridos, la impotencia entra por la puerta grande provocando desazón.
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